Adiós a mis maestros, Daniel Ulloa y Ángel Guerra Salazar

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A Ángel se le debe la inauguración de la pluralidad en los tempranos años 70 en los medios impresos en Tamaulipas

José Ángel Solorio Martínez

 Siempre lo he reconocido y lo he presumido. Tuve dos maestros de mi ejercicio periodístico: Daniel Ulloa Campos y Ángel Guerra Salazar. El primero, nuevolaredense, poseía una prosa excepcional que volcaba en espectaculares reportajes -su trabajo sobre las Islas Marías, fue un acontecimiento periodístico cuando lo publicó en La Prensa de Reynosa- y exhibía, en su leída columna; el segundo, reynosense, llevó los géneros de la columna y la entrevista a niveles magistrales, en El Bravo de Matamoros.

 Guerra, me invitó a colaborar con textos de opinión en ese diario matamorense; por más de dos años, escribí en esas páginas un artículo cada semana. En ese entonces, era yo, dirigente del Partido Comunista Mexicano (PCM) en Río Bravo, Tamaulipas; él había roto el monopolio de la presencia del PRI en las páginas de los periódicos de la región, publicando entrevistas mías y de Goyo Luna, un potente comunista, dirigente agrario en la comarca.

 Tengo que decirlo: a Ángel, se le debe la inauguración de la pluralidad en los tempranos años 70 en los medios impresos en Tamaulipas. Como nunca, el PCM, y sus posturas político-ideológicas, -satanizadas por la prensa de esos años- aparecieron en medios impresos.

 ¿Cómo lo logró?

 Creo que esa inusitada -para la época- actitud progresista, fue respetada por los propietarios y editores de El Bravo de Matamoros, por el profesionalismo, la calidad y la pulcritud de su trabajo informativo.

  Alberto Guerra Salazar, hermano de Ángel, quien fue el titular de la corresponsalía de La Prensa de Reynosa en territorio riobravense, una vez que concluyó su tarea en el pueblo querido del Porfis, fue responsabilizado de la Jefatura de Redacción del diario cuyo propietario era el dirigente de la CTM reynosense Reynaldo Garza Cantú y Ulloa Campos, director de época.

 Me llevó con Ulloa y me recomendó para ser sumado al staff de reporteros.

 Con escepticismo, Don Daniel -así le llamábamos los redactores, fotógrafos, correctores, formadores, diseñadores, en el periódico- me contrató.

 Más de tres años, estuve en la redacción de La Prensa, bajo la mano tutora de su más brillante director.

 Del nuevolaredense, aprende que los escritos periodísticos para ser memorables, deben tener coherencia, estructura, veracidad, verosimilitud y sobre todo: ritmo. De Ángel, asimilé que el ejercicio periodístico, debe cubrir todas las opiniones, todas las voces, todas las ideologías.

 Ulloa, me dejó un soberbio consejo que sigo ejercitando: la escritura, se fortalece y depura con la lectura; de Guerra, asimilé la tolerancia ante el tejido de dogmas políticos y el respeto por los colegas.

 Uno y otro, ya no están con nosotros.

 Don Daniel, se fue hace años.

 Ángel, hace unos días.

 Abrazo a sus familias.

 Sólo puedo decir una cosa más: el periodismo -y más el trascendente, el relevante- es uno de los caminos más maravillosos para subir al podio de la inmortalidad.

 El buen periodista, como el buen periodismo, nunca muere: se convierten, más temprano que tarde- en fuentes para la Historia.


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